El sol es la principal fuente natural de calor y su posición relativa diferenciada respecto de la tierra permite un aprovechamiento estratégico de su energía.
Entre la espalda (económica) y la pared
Gran parte de la eficiencia energética de una construcción (casa o edificio) guarda estrecha relación con sus características de aislación envolvente. Esta característica está estrictamente ligada al costo de construcción ya que es el resultado directo de los materiales utilizados.
Grosor de las paredes (15, 20 o 30), tipo de construcción: madera, durlock, ladrillos huecos (de 13, 15 o 20); ladrillos comunes (ladrillo o ladrillón). Camara de aire, tipo de aberduras: chapa, madera, aluminio de vidrio simple o vidrio doble.
Aun así, existen dos cuestiones a tener en cuenta. Por un lado, el incremento en el costo de construcción puede amortizarse en el ahorro de consumo energético a lo largo de los años de uso. Por el otro, en caso de no poder afrontar los costos totales de aislamiento envolvente, se pueden priorizar las caras orientadas al sur por el frío y al oeste, por el calor.
Un refuerzo natural: la cara oeste siempre tiene que soportar las máximas temperaturas, ya que desde el mediodía en adelante recibe la incidencia del sol hasta el anochecer. Un árbol perenne dará sombra en verano y con la caída de sus hojas en otoño, permitirá la incidencia del sol en su fachada.
Algunas experiencias
En la actualidad existe la Norma IRAM 11900, “Etiqueta de Eficiencia Energética de calefacción para edificios”. Una clasificación similar a la utilizada en los electrodomésticos, que se aplica a edificios valorando su grado de aislación envolvente en paredes y techos, lo que a su vez determinará la eficiencia de su calefacción. Si bien surgió como una estrategia para agregar valor a las transacciones del mercado inmobiliario más que promocionar el consumo energético responsable, puede transformarse en una buena herramienta para pensar y diseñar políticas públicas al respecto.
El Colegio de Arquitectos de la Provincia de Córdoba diseñó en 2013, un Sistema de Etiquetación Edilicia Sustentable cuyo objetivo es “fomentar prácticas profesionales adecuadas, un uso eficiente de los recursos no renovables y considerable ahorro de consumos”. La iniciativa propone una valoración sobre seis aspectos:
Sitio | El edificio y su entorno.
Calidad ambiental | Nivel de confort térmico, lumínico y acústico.
Energía | Eficiencia de uso y empleo de recursos ilimitados como el sol y el viento.
Agua | Eficiencia de uso y métodos de reutilización de aguas grises y negras.
Materiales | Los productos utilizados en la construcción, como así también los recaudos ambientales que toman las empresa que los fabrican.
Gestión | Buenas prácticas constructivas y cómo es el uso del edificio una vez que comienza a funcionar.
La eficiencia energética en la construcción no es un movimiento ambiental, ni un planteo ecológico, ni parte de la onda verde; se trata de la razón de ser de la arquitectura: construir bien, del mejor modo posible teniendo en cuenta y aprovechando el entorno, sus condiciones y características.
Para lograr un cambio concreto y sólido, no se puede apelar a la conciencia y las buenas prácticas individuales de quienes construyen, es necesario definir, regular y exigir condiciones para la generación de proyectos. Este marco sólo puede ser impulsado desde el Estado que, además, es el principal responsable y beneficiario del uso eficiente de los recursos energéticos.